
El país reportó otros 118 casos el martes, 43 de ellos en la provincia de Jilin. En la provincia de Hebei, vecina a Beijing, hubo otros 35 casos nuevos, mientras que la provincia de Heilongjiang, en la frontera con Rusia, se identificaron 27 contagios nuevos.
Beijing, donde algunos complejos residenciales y poblados de las afueras están en cuarentena, reportó apenas un caso nuevo.
En una cuarta provincia norteña, Liaoning, también se impusieron cuarentenas y restricciones a los viajes para impedir que el virus se expandiera más, dentro de las medidas impuestas en buena parte del país para impedir nuevos brotes durante el feriado de febrero.
Las autoridades pidieron a los ciudadanos que no viajaran, adelantaron una semana el cierre de escuelas y organizaron campañas masivas de pruebas diagnósticas.
La capital de Hebei, Shijiazhuang, está construyendo un complejo de alojamientos prefabricados para que más de 3.000 personas puedan hacer cuarentenas, en un esfuerzo por frenar los contagios.

Poco más de 18 millones de afganos, incluyendo 9,7 millones de menores, necesitan urgentemente ayuda vital, incluyendo alimentos, explicó Save the Children en un comunicado. La ONG pidió 3.000 millones en donaciones para sufragar la asistencia para todo el año.
Según Chris Nyamandi, director de la organización para el país, los afganos sufren por la combinación de un conflicto violento, la pobreza y la pandemia del coronavirus. “Es una situación desesperadamente mala que necesita atención urgente de la comunidad internacional”, afirmó.
La última ronda de conversaciones de paz entre los talibanes y los negociadores del gobierno afgano, que comenzó a principios de mes en Qatar, ha tardado en arrojar resultados mientras aumenta la preocupación por un reciente brote de violencia en todo el país.

El gobierno ha estado evitando incansablemente un drástico confinamiento domiciliario como el que paralizó la economía por casi tres meses en la primavera de 2020, la última vez que España pudo reclamar una victoria frente a la persistente curva ascendente de contagios.
Las infecciones bajaron en octubre, pero nunca llegaron a reducir completamente el repunte del verano. Las infecciones volvieron a subir antes del final del año. En el último mes, los contagios a 14 días se han más que duplicado desde los 188 casos por cada 100.000 habitantes que se registraban el 10 de diciembre, a los 522 del jueves.
Las autoridades confirmaron unas 39.000 nuevas infecciones el miércoles y más de 35.000 el jueves, dos de los días con más casos hasta la fecha.
Este repunte amenaza de nuevo la capacidad de las unidades de cuidados intensivos y la saturación de los ya exhaustos trabajadores sanitarios. Algunos centros han suspendido las operaciones electivas y la Valencia, una ciudad del este del país, reabrió el hospital de campaña que utilizó el año pasado.
Al contrario que Portugal, que el viernes iniciará un confinamiento de un mes y duplicó las multas para quienes no lleven mascarilla, las autoridades en España insisten en que será suficiente tomar medidas breves y localizadas que restrinjan las reuniones sociales sin afectar al conjunto de la economía.

Un grupo de aproximadamente 2.000 migrantes se quedó a poca distancia del bloqueo la noche previa. Éste fue montado estratégicamente en un cuello de botella en la carretera de dos carriles hacia Chiquimula, en un área conocida como Vado Hondo que está flanqueada por una elevada ladera y un muro, lo que deja pocas opciones de cruce para los migrantes.
Unos 100 de ellos intentaron abrirse paso a través de las autoridades el domingo aproximadamente a las 7:30 de la mañana. Las fuerzas de seguridad los golpearon y rociaron gas lacrimógeno para hacerlos retroceder. Ninguno logró pasar y el resto del contingente guardó su distancia durante el enfrentamiento.
Algunos migrantes estaban visiblemente lesionados por golpes de garrotes. Un hombre, quien no dio su nombre, se reclinó contra un muro cerca de la policía con un vendaje en la cabeza.
“Me golpearon la cabeza”, dijo. “Yo no vine con la intención de buscar problemas con nadie. Somos hermanos, somos centroamericanos. No buscamos problemas. Nuestra intención es sólo pasar”.

Bajo la intensa lluvia que caía el jueves en Manaos, Rafael Pereira llevaba un pequeño tanque con cinco metros cúbicos de oxígeno para su suegra, ingresada en el hospital 28 de Agosto. Dijo que no quería ser entrevistado porque estaba estresado, pero pareció aliviado cuando el tanque, que dijo que le ayudarían a respirar por dos horas, más, fue llevado adentro.
Los trabajadores del hospital universitario Getúlio Vargas llevaron las botellas vacías a su proveedor de oxígeno con la esperanza de poder recuperar alguno. Normalmente, la empresa recoge los cilindros vacíos y deja otros llenos.
Pacientes desesperados en hospitales desbordados esperaban que llegara el oxígeno a tiempo, aunque para algunos ya fuese muy tarde. En al menos uno de los cementerios de Manaos, una ciudad de 2,2 millones de habitantes, una fila de afligidos familiares esperaba para entrar y enterrar a sus seres queridos. Artistas, clubes de fútbol y políticos brasileños aprovecharon su popularidad para pedir ayuda.
El ministro de Salud del país, Eduardo Pazuello, dijo el jueves que un segundo avión con suministros médicos, incluyendo oxígeno, llegará el viernes, y otros cuatro más tarde. El proveedor de oxígeno del gobierno local, la multinacional White Martins, explicó en un comunicado que estaba considerando desviar parte de su suministro a la vecina Venezuela. No estuvo claro de inmediato si esto sería suficiente para solventar la creciente crisis.