El Real Madrid sucumbió a otro viaje a los confines meridionales de la ciudad pero logró pasar la eliminatoria escondido detrás de las piernas de Casemiro. Tapón de todas las filtraciones de su defensa, definitivamente recuperado de la lesión que le retiró de Balaídos, el mediocentro brasileño tiró de oficio y puso el sello distintivo de ferocidad que le caracteriza para procurar que su equipo sobreviva al paso por Leganés. A su alrededor se estabilizó el Madrid después de una primera parte de agonía. El pase a cuartos de la Copa no oculta el panorama oscuro de diez derrotas en 32 partidos esta temporada. Como dijo el propio Casemiro camino de la ducha: “No estamos bien, hay que ser sinceros”.
Isco jugó de titular por tercera vez con Solari y el resultado fue igual de decepcionante. Por detrás de Vinicius, el malagueño ejerció de segunda punta. Con una estructura de apoyos que le asistía, se suponía que se trataba de la organización más favorable a sus condiciones. Sin embargo, no consiguió entrar en juego apenas y cuando lo hizo eligió mal. Si el Madrid atacaba, en lugar de desmarcarse hacia adelante, en donde es más dañino, bajaba al mediocampo a recibir la pelota por delante de sus marcadores, facilitando las coberturas a Recio. Si el Madrid se defendía, se quedaba descolgado desentendiéndose de labores ingratas del quite. El vagabundeo de Isco reflejó muchos de los problemas de su equipo, incapaz de manejar la pelota y sometido a las sencillas rutinas de cambios de orientación y centros de un rival muy limitado en la elaboración.
El gol del Leganés merodeó el área de Keylor. Lo tuvo Kravets y controló mal, lo tuvo Braithwaite y remató en falso, lo tuvo Merino y se le fue desviado. Las gradas se revolvían. El Madrid se congelaba. Seguía tieso. Como en el Villamarín, el equipo se mostró obediente pero rígido. Replegado bajo el caparazón de la defensa amontonada, con energía pero no demasiada, con oficio pero sin creatividad ni conexión. Al cuarto barullo en el área de Keylor el Leganés no perdonó.
La secuencia que desembocó en el 1-0, pasada la media hora, describe la clase de partido que se vio en Butarque. Hubo un córner favorable al Leganés. La pelota quedó muerta. Vinicius se la llevó y lanzó el contragolpe. Pasó a Casemiro y el mediocentro galopó y metió el último pase. Recibió Isco, solo ante Pichu Cuéllar. La muchedumbre se resignó al finiquito. Pero Cuéllar despejó y Valverde, que venía desde atrás, remató a las manos del arquero. Fue el primer disparo de los visitantes. Al minuto siguiente el balón estaba en el interior de la portería de Keylor.
Hasta tres veces ganaron los jugadores del Leganés una pelota dividida en el área madridista en la avalancha que precedió al gol. Ante la perplejidad de la defensa, más agrupada que agresiva, Braithwaite disparó dos veces en el área chica. El Madrid no reaccionó hasta que no salió del descanso y Solari no hizo la reforma. Quitar a Reguilón y devolver a Marcelo al lateral para dar entrada a Ceballos implicó mucho más que un cambio de esquema. Tuvo efecto dominó. En el medio, Ceballos incorporó dosis de control del balón y de ingenio para buscar la ruptura. Arriba, obligó a Isco a quedarse como falso nueve mientras que Vinicius recuperaba su espacio natural pegado a la banda izquierda. Recobrada cierta armonía entre los visitantes, las acciones del Leganés perdieron sustancia o se espaciaron en el tiempo. Al menos hasta los minutos finales. Hasta que Merino se dejó llevar por la emoción de un contragolpe y definió por encima del larguero con Keylor medio vencido.