eneldeporteEl 2020 le recordó a todo el mundo que el espectáculo no siempre debe continuar.
 
Alterado por el coronavirus, el deporte se paralizó durante tres meses y se reanudó en estadios vacíos, a los tumbos, con ensayos y errores. Finalmente, las campañas interrumpidas llegaron al final, tambaleantes y golpeadas por pérdidas.
 
Las celebraciones enmudecieron. El ruido de las multitudes se tornó virtual, y decenas de partidos se cancelaron en el último minuto, incluso en momentos en que la industria del deporte perdía empleos a pasos agigantados.
 
Ante los enormes riesgos, varios grandes eventos postergaron su inicio a 2021, como en el caso de los Juegos Olímpicos, el Maratón de Boston y Wimbledon.
 
Y hubo otras causas de pesar.
 
Maradona, autor del mejor gol en la historia de los mundiales según la FIFA (ante Inglaterra en 1986, cuando Argentina se coronó campeona) y uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, si no el mejor, falleció a los 60 años por una descompensación cardíaca que le generó un edema pulmonar. Tenía una salud frágil, consecuencia de múltiples adicciones.
 
Kobe Bryant pereció a finales de enero, en un accidente de helicóptero. Fallecieron también en el año figuras como el exentrenador de la NFL Don Shula o el exlanzador de las Grandes Ligas Phil Niekro. Este último deceso ocurrió dos días después de la Navidad.
 
Muchos de esos fallecimientos generaron muestras casi unánimes de tristeza. En cambio, las tensiones sociales sobre otros temas provocaron divisiones y llegaron también al deporte.
 
El muro entre la política y el deporte se terminó de derrumbar. Fanáticos y deportistas decidieron tomar partido. Fue el caso de Naomi Osaka, quien durante su marcha a la conquista del Abierto de Estados Unidos no dejó de pronunciarse en contra de las injusticias raciales.
 
Sólo el tiempo dirá qué se ganó y qué se perdió con la decisión de seguir jugando en la pandemia. Nick Nurse, entrenador de los Raptors de Toronto, no está seguro de qué sentimiento recordará más, pero sí sabe lo que echó de menos: el ambiente de los propios partidos.
 
“La energía en las calles el día del partido, el revuelo tremendo en la ciudad, ciertamente extrañamos eso”, dijo Nurse, quien ganó el premio al entrenador del año en la NBA pero no pudo revalidar el título de la liga.
 
Los Raptors cayeron ante los Celtics en el sexto partido de las semifinales de la Conferencia del Este. Nominalmente, Toronto era local en ese duelo, que sin embargo se disputó sin público en la “burbuja”.
 
Presionadas por las preocupaciones de salud y la crisis económica, las ligas y los equipos buscaron innovar para volver a las canchas. Con acceso a robustas pruebas de diagnóstico de COVID-19 y con más recursos económicos que varias empresas, algunas organizaciones deportivas aislaron a los jugadores en ciertos lugares, como lo hizo la NBA con el complejo deportivo de Walt Disney World en Florida.
 
Otras intentaron restablecer cierta apariencia de normalidad, con partidos en casa y de visita.
 
Casi todas lograron su cometido. Pero en la mayoría hubo tropiezos.
 
Los Broncos de Denver se quedaron sin quarterbacks saludables en un momento de la campaña de la NFL, y los 49ers de San Francisco debieron emigrar a Arizona, luego que el coronavirus obligó a la imposición de restricciones en California hacia el final de la temporada.
 
Fueron tan inconsistentes los preparativos para apresurar el inicio de los partidos de fútbol americano y basquetbol colegial que los calendarios parecieron escritos en tinta invisible.
 
En Alemania, la Bundesliga aprovechó el esfuerzo realizado por las autoridades para contener la pandemia al comienzo. Se convirtió en la primera gran liga de fútbol en reanudar los encuentros.
 
Algo menos sorprendente fue que su eterno campeón Bayern Múnich terminara venciendo al París Saint-Germain en la final de la Liga de Campeones. Fue el primer título relevante otorgado por el deporte de conjunto en la era del COVID-19
 
“Fue una situación difícil la de jugar sin aficionados, sin ambiente en los estadios”, comentó Robert Lewandowski, el goleador del Bayern. “No fue sólo la naturaleza específica del fútbol, sino también nuestra vida privada. Había algo nuevo, no lo queríamos, nadie lo quería”.
 
Los jugadores del conjunto bávaro festejaron después con cierto recato, no como hubiera correspondido normalmente a la conquista de uno de los trofeos más codiciados del mundo. Y su alegría —alivio, más bien— se atemperó al saber que la temporada 2020-21 comenzaría apenas dos semanas después.
 
Desde luego, no todos los campeones ni sus seguidores festejaron con tanta responsabilidad. El Liverpool cortó una sequía de títulos de 30 años en la Liga Premier. Tras esa coronación en junio, unos 2.000 hinchas se reunieron frente al estadio de Anfield y encendieron suficientes bengalas como para tornar rojo el cielo nocturno.
 
La policía no realizó intentos suficientes por dispersar a la multitud.
 
“Fue algo de buena fe, mayormente”, dijo el alguacil Rob Carden, quien elogió “que la mayoría de los seguidores haya reconocido que éste no es el momento de reunirse para celebrar, y haya preferido la seguridad”.
 
Que alguien le diga eso a Justin Turner, toletero de los Dodgers de Los Ángeles. Retirado durante el juego decisivo de la Serie Mundial luego de dar positivo de COVID-19, Turner volvió al terreno para festejar.
 
Abrazó a sus compañeros y posó para las fotos sin usar mascarilla.
 
Posteriormente se disculpó, pero se justificó por la “mentalidad” que tenía en ese momento.
 
“Ganar la Serie Mundial era el sueño de toda mi vida y la culminación de todo aquello por lo que trabajé en mi carrera”, explicó.
 
Tan sólo hay que imaginar lo que habrían hecho deportistas más jóvenes y hambrientos de triunfo si hubieran obtenido una de las más de 300 medallas de oro que se repartirían en los Juegos Olímpicos. Esa es una de las razones por las que el comité organizador de Tokio 2020 decidió aplazar los Juegos un año.
 
La celebración olímpica no se había pospuesto o cancelado por un motivo que no fuera una guerra mundial.
 
“Es un golpazo”, reconoció el sueco Armand Duplantis, plusmarquista mundial en salto con pértiga. “Peo hay que entender la situación, comprender que algunas cosas son más importantes que el deporte”.
 
LeBron James dijo algo parecido momentos después de que él y sus compañeros en los Lakers de Los Ángeles recibieron el trofeo de la NBA. James fue uno de los protagonistas de un movimiento creciente en que los deportistas se pronunciaron fuerte y claro a favor de la justicia social, como nunca antes.
 
El astro contempló la posibilidad de marcharse de la burbuja de la NBA en agosto, cuando los Bucks de Milwaukee estuvieron cerca de paralizar el deporte de nuevo, al negarse a jugar como protesta por un caso en que la policía en Kenosha, Wisconsin, baleó por la espalda a Jacob Blake, un hombre negro de 29 años.
 
“Sabemos que todos queremos ver mejores días”, dijo James. “Cuando nos marchemos de aquí, hay que seguir impulsando esto... Hay que seguir luchando contra todo lo que es lo opuesto al amor”.
 
Entonces, sólo momentáneamente, la pandemia pasó a un lugar secundario.
 
“Si podemos seguir haciendo eso todos nosotros, Estados Unidos será un mejor lugar”, recalcó James.

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