Cuando acabó el encuentro liguero del Bernabéu y al fin tuvo un segundo para atender al móvil desde el autobús que les llevaba al aeropuerto, Gerard Piqué escribió un mensaje similar para aquellos amigos y familiares que le felicitaban por su partidazo ante el Madrid, por un nuevo triunfo. “He disfrutado mucho”, respondía al tiempo que, según el interlocutor al que se dirigía, cambiaba el adjetivo; de mítico a máquina y hasta el mote personalizado. No era, sin embargo, un mensaje trivial porque para Piqué ahora el goce en el césped lo es todo, toda vez que sabe que tiene el futuro resuelto y cientos de proyectos por cumplir con su empresa Kosmos. “Es un chico que ya lo había ganado absolutamente todo con 23 años”, explican desde su entorno; “podría haberlo dejado hace tiempo [ahora tiene 32], también porque ha ganado mucho dinero y porque no es tan sencillo motivarse al inicio de cada pretemporada con lo repetitivo que es. Si sigue es porque ha aprendido a amar a este deporte”. El futbolista recoge el testigo: “Si no me divirtiera, no jugaría. Es simple”. Pero para que eso ocurra, se tiene que dar una variable: la competitividad.