BAGDAD (AP) — Tras décadas de violencia, Irak intenta recuperar un estatus y una posición de liderazgo en el mundo árabe con una política centrista y la determinación de los dirigentes del país de mantener buenas relaciones tanto con Irán como con Estados Unidos.
Un revuelo de actividad diplomática y visitas de alto nivel a la capital iraquí, incluida la reapertura este mes de un consulado saudí en Bagdad por primera vez en casi 30 años, apunta a una nueva era de apertura mientras el país se sacude su imagen de lugar en guerra y vuelve a conectar con el mundo.
“Irak está volviendo al vecindario”, dijo a The Associated Press el presidente del país, Barham Salih, en una entrevista de casi una hora el mes pasado. El veterano político planteó una estrategia centrada en la política de “Irak primero”, señalando que su país ya no puede permitirse verse atrapado en disputas regionales.
“Durante casi cuatro décadas, Irak era el territorio donde todo el mundo buscaba su objetivo a expensas del pueblo iraquí. Es hora de decir que necesitamos un nuevo orden político (...) en el que Irak debe ser un importante pilar”, afirmó.
Irak ha emergido de una ruinosa guerra de tres años contra el grupo extremista Estado Islámico y afronta la hercúlea tarea de reconciliar, reconstruir y devolver a sus hogares a decenas de miles de personas desplazadas. Y si bien el “califato” de los extremistas ha sido derrotado en los territorios que controlaba en Irak y Siria, los milicianos han pasado a librar una campaña insurgente de asesinatos dirigidos, coches bomba y ataques suicidas.
Además, la cuestión de las milicias chiíes con apoyo iraní que combatieron contra el grupo EI junto a las fuerzas de seguridad plantea un desafío para las autoridades centrales del país. Y la economía del país, basada en el petróleo, sufre una corrupción rampante.
“El camino de Irak para reclamar una posición de liderazgo en el mundo árabe dependerá de lo exitosos que sean sus líderes abordando los desafíos de seguridad y economía en su casa”, escribió hace poco Randa Slim, experta del Middle East Institute, con sede en Washington.
Ante crecientes tensiones entre Estados Unidos e Irán, Irak también necesita mantener un delicado equilibrio entre ambos porque tiene estrechos lazos con los dos países.
Las dinámicas son complejas. El país, de mayoría chií, está entre la chií Irán y los territorios árabes de mayoría suní, liderados por la potencia Arabia Saudí. También ha sido durante mucho tiempo el escenario donde se desplegaba la rivalidad entre saudíes e iraníes por la supremacía regional.
Las relaciones han sido especialmente tensas con Riad, que rompió relaciones con Bagdad después de que Saddam Hussein invadiera Kuwait en 1990 y nunca llegó a acercarse mucho en los años posteriores, en los que Irak se veía cada vez más atraído a la órbita iraní.
Irak necesita mucha ayuda e inversión para reconstruir sus ciudades, algo que solo puede conseguir de países ricos en gas y petróleo del Golfo Pérsico, como Arabia Saudí. Pero tampoco puede permitirse molestar a Irán, que ostenta un enorme poder político y militar en Irak a través de potentes milicias y políticos afines.
“Tenemos 1.400 kilómetros de frontera con Irán, simplemente no podemos ignorar esa realidad”, afirmó Salih, señalando que cultivar buenas relaciones con Irán, un país con el que libró una guerra de ocho años en la década de 1980, va en el mejor interés de Irak. Sin embargo, señaló, Bagdad también quiere tener relaciones cordiales con Turquía, Arabia Saudí y otras potencias regionales.
Conscientes de la necesidad de contrarrestar la creciente influencia de Irán en la región tras la derrota del grupo EI, las autoridades saudíes han buscado estrechar lazos con Irak y la semana pasada enviaron una delegación de alto nivel a Bagdad, donde se inauguró el consulado saudí.
Esa visita oficial se produjo después de que el presidente de Irán, Hasán Ruhani, viajara el mes pasado a Bagdad, donde Irán e Irak firmaron varios acuerdos para fomentar las relaciones bilaterales.
Es un fuerte contraste respecto a los últimos años, en los que Bagdad se veía marginada y aislada, en primer lugar por sanciones internacionales tras la invasión de Kuwait, y más tarde, tras la invasión liderada por Estados Unidos que derrocó a Saddam Hussein, cuando Irak cayó en ciclos de violencia religiosa.
Ante el clima de violencia, los dignatarios extranjeros evitaban visitar la capital iraquí, y cuando lo hacían era de forma breve y sin previo aviso por motivos de seguridad.
En un episodio famoso, el entonces secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, se refugió en 2007 detrás de un atril durante una rueda de prensa en vivo con el primer ministro de la época, Nuri al-Malki, cuando un cohete impactó fuera del edificio donde se encontraban.
Ahora, los líderes iraquíes dicen que su país no forma parte de ningún conflicto regional.
El primer ministro, Adel Abdul-Mahdi, hizo el mes pasado su primer viaje al extranjero para reunirse en El Cairo con el presidente del país, Abdul Fatá el Sisi. Se les unió el rey Abdalá II de Jordania para una cumbre a tres bandas sobre medidas para fortalecer la cooperación económica. Abdul-Mahdi anunció el martes que pronto viajaría a Arabia Saudí para firmar varios acuerdos.
Algunos señalan incluso que Irak podría jugar un papel de mediador entre los rivales regionales.
Durante una visita a Bagdad este mes, el presidente del parlamento libanés, Nabih Berri, dijo que Irak se encuentra en una posición única para jugar un importante papel regional “en la reconciliación entre el reino de Arabia Saudí y la República Islámica de Irán”.
Watheq al-Hashemi, un analista político iraquí, señaló que es un oportunidad para que Irak vuelva a convertirse en un importante actor regional.
Pero para que eso ocurra, los políticos iraquíes “tienen que poner a su país por delante de su religión y comportarse como estatistas”, algo que, señaló, les ha costado durante mucho tiempo.