Ana vivió un calvario a la par de su pareja, un hondureño que casi la asesina. Finalmente, el caso llegó a las autoridades, Ana se cansó y denunció a su agresor.
Ana (nombre usado para no revelar la identidad de la víctima) es una salvadoreña que emigró legalmente a Estados Unidos hace varios años, su familia le había dado la residencia y ella quería aprovecharla y cambiar su nivel de vida.
El sueño americano que muchos compatriotas aspiran estaba trazado para ella, salir de la violencia, pobreza y falta de oportunidades en El Salvador. Se graduó de una universidad pero en su país no halló oportunidades para desempeñarse en lo que estudió e invirtió muchos años.
Lo que todo comenzó como una nueva oportunidad y un mejor futuro tuvo altos y bajos, como en cualquier caso de salvadoreños que deciden emigrar a Estados Unidos y buscar el sueño americano.
Ana vivió un calvario con su pareja, incluso todo su embarazo fue de sufrimiento y desprecios.
Ella compartió con El Diario de Hoy su relato de 22 meses de violencia familiar en Virginia, Estados Unidos.
Este es el relato de Ana:
“Vivo en Richmond, Virginia, Estados Unidos, y hace un poco más de un año sufrí violencia de género y lamentablemente estuve a punto de ser una víctima de feminicidio y morir en manos de mi agresor, mi pareja.
Convivimos aproximadamente un año y 10 meses, tiempo que pareció una eternidad. Al principio fue el embarazo, luego mi hija. El orgullo me ganó, no quería pedirle ayuda a nadie de mi familia y menos que se dieran cuenta de lo que sufría en mi hogar, quise parecer fuerte, quise aparentar que todo estaba bien y así lo hice durante un año y ocho meses hasta que todo llegó a su fin.
Aparentemente, éramos felices. Aparentemente todo estaba bien.
Éramos la familia perfecta frente a los demás, desbordábamos felicidad y amor en público; claro, teníamos que mantener las apariencias frente a la familia y amigos porque si no, nos criticarían y nos juzgarían mal.
Mi embarazo fueron los meses más amargos de mi vida.
Esa bella etapa que se suponía tenía que disfrutar con total tranquilidad fue una pesadilla para mí. No recuerdo un solo día de paz, había frecuentes peleas y demasiados insultos como para detenerse a valorar y disfrutar esa etapa.
No hubo un solo día que mi pareja no me insultara y me hiciera sentir menos que todos.
Estaba siendo violentada, manipulada verbal y emocionalmente pero no lo quería ver, en mi interior lo sabía, pero no lo quería aceptar.
Era demasiado duro para mí, porque yo realmente quería a esa persona, me ilusioné demasiado y permití que me llegase a pisotear de la manera que él quiso.
Por mi parte, quise mantener a mi familia alejada de todo lo que estaba ocurriendo. No quise involucrar a nadie de la gente cercana en este país, solo lo sabían dos amigos que no se encontraban cerca, que viven en otros países.
El tiempo transcurrió, al igual que las promesas y los juramentos de parte de mi agresor, la bebé que estaba esperando nació y, a pesar de todo, nació bien. Pero las cosas siguieron igual, por momentos peor.
Crecer en un entorno violento
Aunque en ese tiempo yo empecé a pensar más no solo en mí, sino en el bienestar de mi pequeña niña y de ninguna manera quería que ella se criara en un ambiente hostil y cargado de violencia hacia mí, en un entorno donde prevalecía el machismo y las demás personas no valíamos nada.
Cuando mi hija tenía apenas cuatro meses, su padre comenzó a gritarle de una manera muy mala, por el simple hecho de que ella lloraba cuando íbamos en el carro, algo normal para un bebé de esa edad. Desde ahí comenzaron los problemas, no podía permitir que también a mi hija se le violentara de esa forma siendo ella una bebé.
Pero el amor y la tontera mía a veces ganaba. Estaba enfocada en querer que mi hija se criase al lado de su papá, pero no quería entender el enorme daño que esta persona nos estaba causando.
Cuando mi hija tenía seis meses, nosotros ya no nos entendíamos ni como pareja ni como nada.
Nos veíamos como dos extraños, incluso dormíamos en cuartos separados. Pero ninguno se iba, estábamos encaprichados en que el otro era quien debía de irse. Hasta que por una pelea tonta esa ira explotó.
Fue el 15 de abril de 2017, finalizando ambos nuestro día de trabajo nos encontrábamos en casa, yo encargándome de la limpieza y él tomándose unas cervezas. No había tomado mucho, tal vez, tres cervezas. Cuando me comentó que llamaría a sus amigos para tomar con ellos en casa, a lo cual me opuse porque tengo a una hija pequeña que proteger.
La discusión inició y no solo eso, de la discusión él pasó a los golpes.
Me quiso ahorcar con sus manos sobre (la superficie de) zinc de la cocina, realmente sentía morir en ese momento y no sé cómo pude sobrevivir a eso. Luego salimos de casa, siempre peleando, donde aproveché para llamar al 911, el número de emergencias.
Ya habían contestado, estaban atendiendo mi llamada cuando él me destruyó por completo mi teléfono. Asustada por todo lo que estaba pasando, me fui nuevamente para el apartamento con las llaves de mi carro y las del apartamento en mis manos, pensando que ese posiblemente era el último día de mi vida, ya que había gritado por ayuda en muchas ocasiones y nadie acudió a mi llamado, nadie parecía darse cuenta de la agresión que estaba experimentando.
Estando en el apartamento, él aprovechó para quebrarle un vidrio a mi carro y dejarlo inservible en el parqueo, luego corrió a descargar toda su furia sobre mí, quebró la ventana de la cocina con una tenaza para poder entrar al apartamento y luego matarme, ese era el plan.
Al ver que quebró la ventana inmediatamente salí por la puerta principal con mi hija en brazos corriendo en busca de ayuda.
Corrí desesperada aproximadamente una cuadra cuando él ya me había alcanzado y con la tenaza en mano amenazaba con matarme, pero, en ese preciso momento iban entrando dos carros de personas que también vivían en el complejo de apartamentos.
En ese instante él se escondió atrás de unos arbustos y solo logró poner la punta de la tenaza en mi espalda.
Cuando él se escondió aproveché y corrí más fuerte en busca de ayuda. Gracias a Dios, encontré a unas personas afuera de un apartamento y no dudé en pedirles su teléfono prestado para llamar a la Policía. Cuando estaba llamando al 911 iba a toda velocidad una patrulla, atendiendo al llamado anterior que quedó inconcluso.
Y en ese preciso momento el agresor escapó en otro carro y por otra calle.
La denuncia
Me tomaron la declaración, llegó la ambulancia y me llevaron al hospital.
En el hospital me hicieron todos los análisis pertinentes para descartar quebraduras y malos golpes. Estaba roja de casi todo mi cuerpo a raíz de la pelea cuerpo a cuerpo que había tenido con mi pareja. En ese momento los golpes físicos ya no dolían, ya no importaban. Estaba con vida y tenía a mi hija, eso era todo para mí. Psicológicamente y anímicamente estaba destruida, no sabía cómo iba a vivir a partir de ese momento.
Desde ese día no pude regresar a mi apartamento. Las veces que regresé fueron traumáticas para mí.
Sentía que alguien había muerto ahí, y en efecto, ahí nació el amor y murió también, ahí murió mi agresor.
Tanta historia en esas paredes, tantas cosas y momentos, algunos felices algunos agrios.
Esa carga anímica y esa energía mala en ese lugar no me permitieron regresar más.
En ese momento toqué fondo y tuve que acudir a mi familia, tuve que pedir ayuda porque sola no hubiera podido salir adelante.
De ahí en adelante he sufrido y he llorado por ese pasado, por pobrezas o por situaciones que a la mayoría nos pasa. Pero, nunca más he vuelto a ser insultada y pisoteada por ningún hombre hasta el momento.
A veces, es muy fácil criticar desde afuera, de hecho, yo era una que criticaba todo ese tipo de situaciones antes de enamorarme y caer en una.
Es fácil describir panoramas de posibles soluciones a esas situaciones cuando no se está o no se ha vivido algo así. A veces las víctimas nos sentimos enjauladas, sin salida alguna, más cuando no se tiene el apoyo de personas de confianza o estos están lejos.
Mi historia la comparto no para causar lástima o para llamar la atención, o revictimizarme como algunos pueden creer. Lo hago para que no caigamos en más de lo mismo, lo hago para que sea el espejo de otra mujer y no llegue a pasar por lo que yo pasé.
A más de un año de lo ocurrido yo aún tengo varias secuelas que sanar y que solo el tiempo me podrá ayudar a superar.
He avanzado mucho desde ese tiempo, pero no lo suficiente. Prueba de ello, es que no me atrevía a escribir sobre esto, porque aunque el tiempo haya pasado, las heridas aún están abiertas, posiblemente no estén sangrando, pero duelen.
A pesar de vivir en un país desarrollado, las mujeres aquí, en Estados Unidos, no escapamos de la violencia de género.
Un mes después de haber sufrido ese terrible episodio en mi vida, una mujer de origen mexicano fue asesinada en un complejo de apartamentos cercano al mío.
Ella no tuvo la suerte de escapar de su agresor, y a pesar de gritar y pedir ayuda nadie la auxilio. Los vecinos escucharon, pero no era su problema. Y así como le pasó a ella les ha pasado a muchas.
Los crímenes, golpes y violaciones contra las mujeres están ahí, la diferencia está en tener la valentía suficiente para demandar a nuestro o nuestros agresores.
No he vuelto a ver mi agresor, tiene cargos pendientes con la justicia en esta ciudad. Solo puedo decir que me salvé de morir por no huir antes de esta situación.