mun20031CARACAS (AP) — Francibel Contreras lleva a sus tres hijos desnutridos a un comedor en el peligroso barrio de Petare, en las laderas de Caracas, para recibir lo que bien podría ser su único alimento del día: unas cucharadas de arroz y huevos revueltos.

Parte de las tragedias de la vida diaria de la Venezuela socialista se puede observar en este pequeño comedor comunitario ubicado en el corazón de una de las barriadas más grandes de América Latina, que ayuda a decenas de niños y madres desempleadas que no pueden alimentarlos.

Algunos venezolanos se las ingenian para resistir el colapso económico del país aferrándose a los cada vez menos empleos bien pagados, o recibiendo parte de los cientos de millones de dólares que les envían amigos y familiares desde el extranjero, una cifra que ha ido en aumento en los últimos años debido al éxodo de millones de venezolanos.


Pero un creciente porcentaje de personas de todo el país, particularmente en barrios pobres como Petare, pasan apuros para arreglárselas.

El esposo de Contreras, Jorge Flores, solía tener un pequeño puesto en un mercado local donde vendía productos como plátano y yuca, huevos y embutidos, intentando obtener ganancias en un país en donde la hiperinflación a menudo hace que los precios al por mayor se dupliquen de un día para otro. Un día, una pandilla local lo robó a punta de pistola. Y su hermano chocó la motocicleta que utilizaba para surtir su establecimiento.

Así que Flores abandonó el mercado y buscó otro empleo. Realiza labores de plomería y la familia convirtió la sala de su casa en una peluquería, protegida por un techo de lámina que se mantiene en su sitio con ladrillos y tablones. Está decorada con estrellas de papel hechas con los coloridos pero cada vez menos valiosos billetes de bolívares.

“Nuestro dinero no vale nada”, dijo Contreras. “Ahora prefiero el trueque de un arroz o una harina por un corte de pelo o una manicura”.

La escasez de leche, medicamentos y otros productos básicos — aunada a la violencia rutinaria — ha socavado el respaldo al presidente socialista Nicolás Maduro, incluso en los vecindarios pobres como Petare que alguna vez fueron bastiones del mandatario. Maduro asegura que existe un plan comandado por la oposición para derrocarlo y afirma que las sanciones económicas de Estados Unidos y el sabotaje de la oposición local son los responsables del colapso del país.

Varias encuestas locales revelan que Maduro tiene actualmente el respaldo de apenas una quinta parte de la población, muchos de ellos incondicionales ideológicos, personas conectadas al gobierno o votantes pobres que dependen de la ayuda gubernamental que incluye las llamadas cajas CLAP, que contienen aceite, harina, arroz, pasta, atún enlatada y otros productos, y que reciben varias veces en el transcurso del año.


La familia de Contreras recibe esas cajas, pero no son suficientes para sobrevivir por mucho tiempo. Durante meses han empleado el comedor comunitario, una iniciativa de políticos de oposición, como principal fuente de proteína para sus hijos. Hace poco, Jorge Flores practicaba recortándole el pelo a su madre, mientras su hijo de 7 años, Jorbeicker, jugaba fútbol en la calle sin pavimentar frente a su casa.

“Estoy desempleado. Me la estoy rebuscando”, dijo Flores, con las tijeras en la mano.

El apagón de cuatro días que paralizó a la mayor parte de Venezuela se sumó a los problemas de Flores. No pudo utilizar la máquina recortadora de cabello para darles a sus clientes el corte que querían.

La pareja calcula que el apagón le costó a la familia el equivalente a 11 dólares en cortes de cabello que no pudieron realizar, una suma importante en un país en donde el salario mínimo es de alrededor de 6 dólares al mes, incluso si la mayoría de las personas complementan sus ingresos con un segundo empleo y uniendo sus recursos a los de amigos y vecinos.

Contreras y Flores cobran 2.500 bolívares — alrededor de 70 centavos de dólar — por un corte de pelo. Un kilogramo de harina subsidiado por el gobierno puede costar el triple, y Contreras señala que las filas para obtener productos racionados suelen ser enormes y que en ocasiones regresa a casa con las manos vacías. También dijo que no se siente segura mientras está formada. Decenas de personas han muerto al quedar atrapadas en el fuego cruzado durante los enfrentamientos entre pandillas a lo largo de los años, o han muerto aplastadas cuando las filas de consumidores se convierten en estampidas de saqueadores desesperados.

Su vecina Dugleidi Salcedo envió a su hija de 4 años a vivir con una tía en la ciudad de Maracay, a dos horas de distancia, porque ya no podía alimentarla. “Mis niños lloran”, dijo la madre soltera de cuatro hijos. “Pero ella no aguanta tanto el hambre como los hombrecitos. Ellos resisten más que ella cuando les digo que no hay de comer”.

Después de regresar caminando del comedor, abrió una puerta oxidada e ingresó a su casa con muros descarapelados color menta. Dentro, su hijo Daniel, de 11 años y quien nació con una parálisis parcial y discapacidades de desarrollo, se encontraba acostado en un sofá manchado mientras las moscas volaban sobre sus piernas.

Cuando levantó la tapa de un contenedor de plástico para mostrar su última bolsa de harina, una cucaracha pasó corriendo, haciéndola saltar y sacándole un grito.

“Es muy difícil”, dijo. “No tengo trabajo. No tengo dinero”.

Salcedo solía vender alimentos horneados y jugos desde la ventana de su cocina. Pero después se descompuso su refrigerador y no ha conseguido el dinero para arreglarlo.

Ahora, depende de la bondad de sus vecinos, o le pide fiado a un amigo que es dueño de una pequeña tienda de alimentos mientras espera a que lleguen los préstamos de familiares en otras partes del país.

“Este país nunca ha estado tan mal”, dijo la mujer de 28 años. “Para comprar tan siquiera un arroz, una harina es algo tan difícil, tan costoso, y no lo hay, porque así tengas el dinero, muchas veces no lo hay”.

Pocos días después, unos ladrones ingresaron al comedor comunitario y se robaron la comida. Después, se registró un incendio en el barrio, consumiendo 17 viviendas. Aparentemente fue provocado por las velas utilizadas para iluminar durante un apagón _que suceden casi a diario en distintas partes de Venezuela_. La legisladora de oposición Manuela Bolicar, cuyo Proyecto Nodriza está a cargo del comedor, dijo que cuando los bomberos llegaron, no tenían agua y tuvieron que apagar el fuego con tierra.

“Es un terremoto social”, dijo la legisladora.

“Pierden sus casas; se quedan en la intemperie; el robo al comedor. Son tantas adversidades: son las infecciones, la falta de agua, de comida”.

En un mercado callejero cerca de Petare, en el distrito de clase media de Los Dos Caminos, Carmen Giménez compraba zanahorias y otros vegetales para cocinar un estofado. Cuando Camila, su hija de 14 años, le preguntó si podían comprar otra cosa, le dijo que tenían que apegarse a lo básico.

Aunque ella trabaja en un banco, aún pasa apuros para cubrir sus necesidades.

“No importa la zona donde vivas...porque estamos todos igual. La necesidad es la misma”, dijo Giménez, de 43 años.

“Lo que hizo este gobierno es nivelarnos hacia abajo. ¿Por dónde nos dominaron? Por el estómago”.

Fuente y Fotografía

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